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Tito de Los Andes
El socio Roberto Villani murió a los 88 años. Impulsor del polideportivo del estadio, personaje impar, nunca lo vamos a olvidar.
Tito Villani

Por Leo Torresi

Tito Villani no era muy devoto; bah, sí, era politeísta, o “biteísta”, si es que existe esa palabra y nos guiamos por lo que cuenta su hijo Mariano: “Sus religiones eran las harinas y Los Andes”.

Incomprobable, pero supongamos que Tito se fue al cielo, o un lugar así, donde las rodillas a lo mejor no duelen, y sin descansar ni un poco ya esté pasando con la bicicleta por las “nubes” donde viven los amigos, saludándolos con un “¿Cómo anda, ingeniero?” e interiorizándolos sobre las novedades de Lomas o del club.

Tito fue un grande del buen humor sin pantalla, un capocómico analógico del cara a cara en las puertas de las casas. Y como para toda persona mayor bendecida por el don del ingenio, también para él la muerte era una temática habilitada y frecuentada en el repertorio.

-¿Cómo andás, Tito?

-Bien, querido, bien, con algunas cositas de salud. Hoy a la mañana la parca me estuvo corriendo por Chimento y yo doblé por Posadas.

Trabajó muchos años en Entel (luego Telefónica, más adelante quien sabe) y cuando en los tiempos de “Carlo” se fue de la empresa, se puso un negocio en el garage de la casa. El quiosco R.V., “por Roberto Villani y por retiro voluntario, ja”.

Era un genio. No uno de esos a los que decís “genioooo” por la calle para que se pongan dos minutos felices. Tito era un fenómeno. Por el humor (maldigámonos toda la vida por no haber anotado todas sus maravillas en el arte de la repentización) y por una predisposición ante la vida que reducía a la actitud de los demás a niveles mínimos: imposible acercarse a su grado de energía, empuje y optimismo. Única opción: sumarse a la ola.

Hizo un montón por el club en años donde era difícil. Se nos ocurre que como un Héctor Atilio Franchoni fue para el fútbol. Ahora uno va ahí atrás de la tribuna más grande del mundo y todos los días está lleno de gente, de actividades, de movimiento, todo parece de lo más normal. Pero hace algo más de 20 años no era así. Si se fundó un club nuevo sobre un baldío fue porque muchos trabajaron. Pero para eso alguien tenía que arrancar. Tenía que creer y empezarla. Ese fue Roberto “Tito” Villani, un prócer sin cargo.

Con Seba Ricciardulli como aliado conceptual y logístico, tomaron la idea de un almanaque veneciano y crearon uno para Los Andes. Doble y virtuosa misión. A la vez que se aprovechaba para una recuperar el material fotográfico disperso, servía para juntar plata para una obra que los incrédulos calificaban como “faraónica”: hacer del terreno de atrás de la tribuna un lugar útil y disfrutable. “Ponerlo en valor”, como se empezó a decir en aquella época para darle importancia a las cosas nombrándolas de otra manera.

Parece que fue posible. Y, que se sepa, por aquello de lo faraónico, las pirámides de Egipto son las únicas maravillas del mundo antiguo que siguen en pie.

Vayan, por ejemplo, al SUM que está debajo de la tribuna. Esas ventanas las consiguió Tito. Las rescató de una demolición, o algo por el estilo, y las hizo traer. Claro que para usar unas ventanas había que construir algo primero, y ahí quedaron hasta que llegó el momento. Y se usaron.

Las cerámicas del paredón del fondo, otra idea de Tito y el grupo que lo fue rodeando. Como ahora puede estar tu nombre en la platea, ahí están los nombres en los azulejos. La serie de camisetas retro completaron una trilogía. Y vino la tosca para rellenar, y atrás llegó el cemento sobre el que estamos parados.

Y si el club en algún momento estaba un poco distraído con su gente, ahí iba Tito con sus “emprendimientos” sin fines de lucro, o mejor, dicho, con fines de afecto y defensa de la identidad. Si eras una socia vitalicia y un día te tocaban el timbre y alguien te traía una maceta de regalo con el escudo del club, ¿quién iba a ser? 

Y así tantas cosas.

Roberto Fontanarrosa decía que lo único que le deseaba a su hijo era que cuando llegara a un lugar, sus amigos lo recibieran contentos. A eso se reducía el objetivo y el éxito en la vida. El Flaco Menotti decía sobre uno de sus clubes (en el fondo todos los clubes son iguales) que era “una excusa que se había inventado el barrio para ser feliz”.

¿Y para qué sirve Los Andes? Si es para conocer a los “Titos” que se van y a los que llegan, no hay más nada que decir. Ni que pedirle.

(Ibas a visitar a Tito y te servía un Terma. Deberíamos haber hecho un streaming “Un Terma con Tito”. Capaz hasta enganchábamos el sponsor. Pero nunca hacemos nada, mala suerte.)